El verano ha llegado a su fin y con él terminaron nuestras vacaciones. Atrás dejamos a un lado los días de sol, las semanas de descanso y la actividad tan frenética y variada del día a día; septiembre cierra con el inicio de una nueva estación que se asienta por completo en este nuevo mes de octubre, el otoño, y los cambios en nuestra vida diaria no se hacen esperar.

Los largos, calurosos y soleados días se hacen cada vez más preciados,nos invaden las nuevas responsabilidades y la rutina se instala de forma irremediable en nuestros horarios. Con todo ello, es frecuente y normal que los cambios estacionales nos afecten a nuestro ritmo biológico: podemos llegar a notarnos más cansados, más perezosos de lo habitual y con dificultades para conciliar el sueño y concentrarnos de lleno en nuestras obligaciones.

Es probable que en este tránsito a esta nueva etapa notemos que nuestro propio estado de ánimo también varíe y sea distinto. Puede que nos sintamos extraños en comparación con días atrás, donde el sol todavía rozaba nuestra piel de forma habitual. Puede que nos invada la nostalgia al recordar todo lo que hemos vivido este verano. Puede que en otras ocasiones nos sintamos de mal humor al conectar con las obligaciones que se quedaron pendientes o las que se nos avecinan. O puede que simplemente nos sintamos más decaídos.

Todas estas reacciones están muy ligadas con vivenciar una de las emociones primarias del ser humano, la tristeza. Vivimos la tristeza como una emoción muy desagradable y a evitar en la medida de lo posible, como un bache que nos impide estar alegres y, por ende, la enemiga que nos dificulta alcanzar nuestra propia felicidad.Pero, ¿y si la tristeza quiere decirnos algo que pasamos por alto? ¿Y si puede aportarnos algo positivo?¿Acaso es necesario estar tristes en nuestras vidas? Igual no se te había ocurrido nada de esto, por eso desde aquí te invitamos a reflexionar juntos.

Experimentar un estado de ánimo triste de forma eterna dista mucho de lo que se puede considerar sano para nosotros, pero sentirse triste en algunos momentos es natural y sano, ya que ante muchos acontecimientos vitales reaccionar con tristeza es lo más adaptativo. Aunque en el momento no sea agradable, huir de ella sólo hará que tengamos menos tolerancia a experimentarla cuando vuelva otra vez, porque la tristeza forma parte del registro de emociones primarias que vivencia un ser humano. Permitirnos estar tristes es esencial e igual de útil que el resto de emociones para nuestra supervivencia, ya que nos brinda información sobre nosotros mismos en relación a los eventos que ocurren en nuestra vida.

¿Por qué es necesaria la tristeza?

Cuando nos sentimos tristes tendemos a aislarnos física y emocionalmente de los demás. Nos ayuda a pararnos y detenernos únicamente en nosotros; se trata de una gran aliada que nos motiva a ofrecernos a nosotros mismos un tiempo de reflexión.

En ocasiones, la tristeza nos regala un espacio idóneo para valorar aquello que hemos perdido y echamos de menos en el presente. Y quizá no podamos recuperar lo que se fue ni remediar lo que pasó, pero puede ayudarnos a darnos cuenta de lo que necesitamos para sobrellevar aquello que echamos en falta de la mejor forma posible, e incluso valorar cómo podemos aportarnos lo que necesitamos en nuestro día a día. En estos casos, sentirnos acompañados por aquellos que más nos valoran y confiamos es uno de los mejores soportes para encontrar formas alternativas de seguir hacia delante mientras aceptamos nuestra realidad.

En otras ocasiones, la tristeza nos ayuda a tomar conciencia sobre los objetivos y metas que nos marcamos a futuro y nuestra situación actual, de manera que podemos utilizarla para movilizarnos a revisar nuestras expectativas y modificarlas hacia aquello que realmente queremos y necesitamos, o cambiar nuestra forma de llegar a ellas. Puede que para ello necesitemos valorar nuestra situación actual, contando con todos los recursos y dificultades que obtenemos de nuestro alrededor, de manera que podamos ajustarnos de una forma más efectiva hacia lo que queremos conseguir eliminando aquello que no nos hace sentir bien.

La tristeza nos ayuda a conectar con nosotros mismos, a escucharnos y a contemplar otros caminos para nuestro propio bienestar. Nos ayuda a tomar decisiones y a cambiar aquello que ya no nos es útil, dejando paso a lo nuevo. Si aprendemos a gestionarla, estar tristes puede ser una de las mejores formas de renovarse y de crecimiento personal.