El siglo XXI es sinónimo de avance tecnológico y, con ello, se han adquirido nuevas formas de comunicarnos, de relacionarnos con los demás y de ser vistos por la sociedad. La prueba irrefutable de ello son las redes sociales, que han llegado para quedarse en nuestra vida y revolucionar el contacto que mantenemos con los demás. Existe el debate constante sobre si son buenas o malas, si son sanas, o si realmente conseguimos comunicarnos bien con el otro. Quizá el debate no sea si debemos usarlas todo el tiempo o no usarlas nuca, sino la finalidad con la que se usan.

El verano es el culmen de las redes sociales, el número de publicaciones idílicas se disparan y los comentarios también. Esto implica invertir nuestro tiempo incluso cuando se supone que tenemos que descansar o que estamos “desconectados” del mundo.

Pero…

Si buscas constantemente un sitio con wifi o un enchufe para tener cargado siempre tu móvil. Si al pensar qué ver piensas primero en qué lugares o restaurantes serían más dignos de una foto de Instagram, o incluso si ya desde casa has planeado los sitios claves de la ciudad en donde hacerte fotos y vas únicamente allí con este fin. Si piensas constantemente cómo titular el álbum de Facebook con todas las fotos de tu escapada, o si tardas una hora en preparar tu publicación buscando un pie de foto adecuado y etiquetando los lugares y las personas con las que apareces. ¿Cómo es posible que cuando se supone que estamos más desconectados de nuestra rutina más conectados estemos a ellas?

Uno de los puntos fuertes de las redes sociales es que nos brinda una experiencia de ser y estar en este mundo. Existimos en base a la definición del otro, a la mirada del otro, y las redes sociales nos ofrecen un número de miradas suculento. De alguna forma, somos seres sociales que existimos en relación a los demás, y visualizarse implica existir para los demás y para uno mismo, mirarnos y definirnos. Nos definimos en nuestra biografía, en nuestros datos y en nuestras fotografías, y nos definimos al definirnos a los demás.

Otro de los puntos fuertes de las redes sociales en verano es el aluvión constante de fotografías en donde mostramos todo lo que hacemos; dónde comemos, dónde vivimos, qué hacemos, dónde estamos y con quién estamos. Esto a veces se hace a un ritmo frenético, incluso mostrando varias fotografías de un mismo día y realizando actividades de lo más variopintas. Postear fotos constantemente como sinónimo de no parar. Quizá el estar ocupados constantemente con mil actividades y el no tener tiempo entre tanto ocio sea una nueva forma de prestigio social ante los demás; el no parar, porque el que no para es el que se lo puede permitir.

Y a la vez, es posible que las redes sociales nos lleven a un individualismo extremo o mal llevado, pues compartimos nuestros momentos de descanso y desconexión de la sociedad (y parece que no nos importa nada más que eso), pero a la vez no son momentos para centrarse en uno mismo y en el presente que nos rodea, porque son compartidos. Y en ocasiones, están pensadas sólo para este fin.

¿Desconectamos al estar constantemente conectados para publicarlo todo?