Nos pasamos la mayor parte del año fantaseando con momentos de paz en mitad de nuestra larga y costosa rutina de invierno; largas jornadas laborales, tiempo libre limitado, muchas horas de sueño y una gran cantidad de estrés que se manifiesta, a veces, en una mala alimentación o en un ritmo de vida frenético. Mantener un nivel de estrés muy alto durante tiempos prolongados es física y psicológicamente perjudicial, ya que alargamos esa tensión muscular que nuestro cuerpo realiza como mecanismo para estar alerta frente a amenazas interminables, y nuestra mente nunca consigue un remanso de paz entre la tormenta de preocupaciones del día a día.
Y cuando por fin llegan las vacaciones, no sabemos qué hacer en ese “remanso de paz”. De repente disponemos de demasiado tiempo libre que no sabemos cómo gestionar, y nos seguimos sintiendo algo cansados y exhaustos de tantos meses de alboroto y trabajo. Puede que aprovechemos para hacer una escapada a otro lugar en amigos o en familia, o que simplemente nos quedemos en casa. Sin embargo, ¿es esto sinónimo de desconectar?
Es aconsejable encontrar momentos de desconexión y conexión con nosotros mismos, y esto no depende tanto de que nuestra economía nos permita hacer planes frenéticos y espectaculares como de que nos permitamos el derecho que tenemos a descansar de verdad y experimentar la sensación de no hacer absolutamente nada. Es necesario parar, dejar de pensar en el trabajo (y esto incluye no revisar correos o dejar pensar en cómo lo estará haciendo la persona que te sustituye) y centrarnos en nosotros mismos.
¿Cómo podemos descansar de verdad?
- Atender a lo que nuestro cuerpo necesita. Dormir lo que necesitemos en vez de mantener el mismo horario de antes, comer de forma adecuada y realizar un poco de ejercicio nos vendrá bien para que nuestro cuerpo regule los niveles hormonales de cortisol y endorfinas y se recupere de la fatiga mantenida todos estos meses atrás.
- Permitirnos el no hacer nada. Descansar también implica dejar de estar ocupados, de hacer varias tareas a la vez y dejar de obligarnos a invertir nuestro tiempo en actividades “productivas” o estar a máximo rendimiento. Es útil ser improductivo, delegar nuestras obligaciones del trabajo durante un tiempo y dejar paso a la improvisación para centrarnos en el presente y en el lugar que nos encontramos.
- Empezar a dejar las prisas para hacer las cosas e ir despacio. Gestos tan sencillos como caminar lento, comer de forma relajada o vestirse sin necesidad de correr para mantenerte en el presente, en el aquí y el ahora.
- Probar algún tipo de relajación o meditación, ya sea dedicando unos minutos al día a darnos un espacio, a respirar, a desplazarnos a un lugar que nos haga sentir bien (la playa o la montaña si la tenemos a mano), o dar un paseo en un sitio especial para nosotros.
- Pasar más tiempo con las personas a las que quieres. Sal más. Hacer planes en común con tu familia, con tus amigos o con tu pareja sin que necesariamente deban implicar un gran gasto de dinero, ya que se trata de reservar huecos para ellos y hacer que sean momentos de calidad.
- Permitirte un capricho. Un libro o una película nueva, realizar algo que te apetecía hacer hace tiempo y que no formaba parte de tu vida cotidiana, un cambio de ambiente de forma temporal, hacerte un regalo a ti mismo o probar algo nuevo.
- Realizar actividades “de verano”. Darse un baño en la piscina o en la playa si se tiene la oportunidad, comerse un helado o hacer turismo por tu propia ciudad ayudará a que tu mente sea consciente de que estás en una época diferente y dedicada al descanso.